Es uno de los padres de la realidad virtual, se hartó de lo que él mismo ayudó a crear y escribió un libro. En No somos computadoras, dice que la web se convirtió en una criatura sobrehumana.
Por Federico Kukso
@fedkukso
Nadie quiere a Jaron Lanier. Quizá sea por sus rastas (o dreadlocks, como les gusta decir a los seguidores del movimiento rastafari). O por su prepotencia neoyorquina. O, tal vez, por la costumbre de tocar el laúd árabe (el oud) a altas horas de la noche. Nadie lo quiere porque este músico y programador pionero de la cultura digital, aquel que parió casi literalmente la realidad virtual en los 80, hace aquello que no abunda en Silicon Valley: piensa (más allá de los negocios y del número de seguidores en Twitter), critica, cuestiona. Y, al hacerlo, enoja. Mucho.
Eterno inconformista, este hombre de ego tan gigante como su cuerpo -y nombrado el año pasado por la revista Time como una de las personas más influyentes en el mundo- no se deja encandilar por los espejitos de colores producidos en masa por esta industria tecnológica. No se babea ni se excita sexualmente ante el anuncio de un nuevo iPhone o iPad. Más bien se indigna, casi al punto de volverse verde y desgarrarse la ropa como Hulk, frente a lo que sus ojos ven desfilar por el monitor y por el mundo: muchedumbres aturdidas que ya no actúan como individuos, millones de palabras picadas por lectores perezosos, atomizadas, remezcladas y tergiversadas como fragmentos de una nube que no vemos ni tocamos.Insultos anónimos y comentarios maliciosos que van y vienen en sitios de noticias, la promoción de una ideología que niega el misterio de la experiencia, la ilusión temporal de que se puede crear dinero de la nada y sin correr riesgos, o grandes estallidos de violencia organizada como el ciberbullying.
Tal es su bronca, su desilusión ante lo que terminó siendo internet ( “ha picado tan fina la red de individuos hasta transformarlos en puré”, dice) >>>>> Leer más “Jaron Lanier: El hombre que apagó internet”