Como ocurre con las especies animales, los signos de puntuación también nacen, viven y mueren. ¿Las nuevas tecnologías impulsan la desaparición del “¿” y el “¡”?
POR FEDERICO KUKSO

Ilustración: Lorana Ruíz
Como el sonido lejano de la alarma de un auto, el dato se repite tantas veces que ya se volvió invisible. Olvidamos que está ahí: cada día se extinguen unas 150 especies de animales en el mundo. Según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el 41% de los anfibios, un 33% de los corales, un 25% de los mamíferos y un 13% de las aves están en rumbo directo a decirle adiós, y para siempre, a la Tierra. El orangután de Sumatra, el leopardo de las nieves y la tortuga baula se encuentran a punto de transformarse en simples figuritas del álbum de los recuerdos de la naturaleza. Y no sería nada extraño si, dentro de un par de décadas, el gorila de montaña, el atún rojo y el rinoceronte de Java fueran confundidos con el hipogrifo, el Odradek y demás ejemplares de El libro de los seres imaginarios borgiano.
El golpe –ecológico, ético, biológico–, claro, es fuerte. Pero eso no implica que sea el único. Las especies de animales no son las únicas que se extinguen. Se extinguen, también, las lenguas: de los 6.809 idiomas que se supone hay en el planeta, desaparece uno cada 15 días, sin contar con que en la Argentina ya se esfumaron el atacameño, el ona, el gününa küne y el vilela. Y, por si fuera poco, se extinguen también los símbolos. Y entre ellos, aunque parezcan eternos e intocables, aquellos de un gremio especial: los signos de puntuación, aquellos semáforos de la lengua que ayudan a que no nos tropecemos ni atragantemos con las palabras.
Algunos, incluso, desaparecen sin que muchos supieran siquiera que alguna vez estuvieron ahí, listos para ser usados. Por ejemplo, uno llamado “interrobang”. Indicador de sorpresa, algo así como “?!” –del “¿¡en serio!?”– pero fusionados en el mismo símbolo, fue inventado en los sesenta por el publicista neoyorquino Martin Spekter. Arañó la fama cuando se coló entre las teclas de las máquinas de escribir Remington en 1968 pero no tardó en hundirse en el olvido. Continuar leyendo «La extinción menos pensada | Revista Ñ»
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